QUINCEY, THOMAS DE (1785-1859)
CATALINA de Erauso, la monja vestida de hombre que recorrió la América española, debió de ser un personaje brutal, un asesino ocasional que contaba sus crímenes con indiferencia y un soldado castigado por su crueldad con los indios. En la obra de De Quincey Catalina se convierte en una muchacha hermosa y lozana, un héroe militar, una heroína romántica que por la fuerza de las circunstancias y cierta viveza de genio que su autor encuentra disculpable reparte estocadas entre los insolentes pero mantiene siempre el sello de pureza y religión de sus años de convento. De Quincey se reconocería un poco en ella: como Catalina, se había lanzado a los caminos siendo casi un niño, la fuga estuvo a punto de costarle la vida y en el último momento lo salvó la inolvidable Ann, la muchacha de las calles londinenses. como a Catalina (su personaje, por supuesto, no el histórico), lo asaltaban terrores y remordimientos. El escenario de La monja alférez no se encuentra en los desiertos americanos sino en los sueños de De Quincey. Las desolaciones aéreas de los Andes, las catedrales entrevistas en el cielo son parte del teatro mental del comedor de opio y evocan las visiones descritas en sus libros. De Quincey, que no cruzó el Canal, que nunca levantó la mano contra nadie, fue uno de los grandes aventureros ingleses, a quien una botella de láudano transportaba del silencio de su biblioteca a reinos más extraños que el Perú. El azar de una lectura lo movió a recrear los duelos, persecuciones y naufragios de una muchacha, de la sombra de una muchacha, a la que dio vida no con documentos que no se ocupó en leer, sino con su propia imaginación, espléndida y atormentada. LUIS LOAYZA