A la mujer española, esa de ojos oscuros y penetrantes, cuerpo sinuoso y grácil, morena por naturaleza, que cantaban las coplas, se la educó para que asumiera su «inferioridad». eso sí, alentándola con el argumento de que era mucho más «femenina» que la de «países en plena decadencia espiritual». Debía esmerarse en seguir los patrones que la Sección Femenina tenía a bien dictar, y convertirse así en dulce ángel del hogar, esposa y madre ejemplar. Algo que condicionó a varias generaciones y sobre lo que Andrés Sopeña, recuperando coplas, anuncios o textos de los libros de antaño, nos hace reflexionar.