Los hombres viven pensando siempre en un futuro que nunca llega, más con el ansia de haber vivido que con la de vivir. A ello se opone la persuasión -«posesión presente de la propia vida»-, contraria a la retórica, toda esa muralla de saberes, instituciones políticas y sociales, códigos morales, etc., que el ser humano construye para diluir en ellos la propia experiencia de la vida.
«Michelstaedter desenmascara el desarrollo de la civilización, que priva al individuo de la persuasión, es decir, de la fuerza de vivir plenamente en posesión del propio presente y de la propia persona, sin consumirla a la espera de un resultado que siempre está por venir, que nunca "es". Los hombres viven sólo "entretanto", esperando que llegue la vida y quemándola en la espera, aguardando a -como dice la bellísima canción veneciana recogida por Michelstaedter- "que las piedras se hagan panecitos" y "que el agua se haga champaña", y sobre todo "esperando / que llegará la hora / de irse en mala hora / para ya no esperar"».
Claudio Magris