Dos extraños se encuentran en un tren que viene de todas las estaciones y se dirige a varios sitios a la vez, un tren que ni nace ni muere, un circular inaugurado tras años de burocracia comunitaria. No tiene cabecera ni estación terminal. Es el año 2024, y dos mil vagones forman la serpiente metálica de este enorme trasto. El recorrido entre Bagdad y Lisboa es largo. El tren principal nunca se detiene para recoger o descargar usuarios, sino que un satélite, que se coloca a su costado, en una vía adyacente, aumenta la velocidad hasta alcanzarlo. Los pasajeros se trasvasan al enorme convoy y viceversa. Y de un país a otro Martín, el de la voz profunda, y Ángel, el de la cara morena, esos dos extraños que al comienzo desviaban las miradas, se convierten en interlocutores, y saborean el vino de cada región que atraviesan. Unas copas de un carnoso vino rumano, después los caldos de la región danubiana, seguidos de un ligero blanco de Friuli y de algún otro del Ródano. Y los alcoholes y la extrañeza de una velocidad que desconcierta a los relojes desatan las lenguas, y los relatos se enlazan en este viaje con destino inesperado, en este cuento oriental, y ásperamente contemporáneo, que atraviesa la Europa del futuro próximo, del cercano pasado.
Ambos son oriundos de España. Martín tuvo amores con una magrebí en las montañas del norte. Los separaron la vida y la Historia, pero los ojos de la muchacha, negros y profundos, aún le reclaman desde alguna parte. Ángel, el otro viajero, se vio mezclado con un grupo extremista. Han pasado veinte años, pero parece como si su compinche, el Tunecino, estuviera todavía al acecho y amenazara reclamarle el pago de antiguos favores. El temor, el recuerdo dolorido y también la ilusión viajan a bordo. Porque estos extraños en un tren no pactan crímenes perfectos -quizá porque los delitos imperfectos ya acontecieron-, y el viaje es el relato, y el relato es el viaje. Aunque, en el finito infinito del tren, las paralelas de sus vidas acaben por cruzarse, y la evocación de un cerdo campeón de engorde, las revelaciones eróticas de un padre atleta sexual, o un surrealista partido de fútbol entre extremistas islámicos, nos desvelen
cómo era la vida antes de marzo, de aquel marzo.
En esta novela, Manuel Gutiérrez Aragón, uno de los cineastas mayores de nuestro país, se revela también como un magnífico escritor.
«Guionista de películas propias y ajenas, Gutiérrez Aragón conoce a la perfección los mecanismos de la escritura, pero también sabe sumergirse en los rincones más tortuosos de la psicología humana» (Esteve Riambau, Avui).
«Una historia magníficamente contada, con trazos de ternura, amor, deseo, brutalidad, amistad, humor, ambición y, sobre todo, con una inteligente mirada sobre la quebradiza condición humana y la inestable convivencia de sensibilidades diferentes» (José Varela, La Voz de Galicia).
«En un final inesperado la vida de estos dos interlocutores se cruza como los rieles del infinito del tren imprimiéndole a esta historia una arquitectura compacta y de pulida calidad literaria, uniendo el ritmo de un thriller con la anchura de una novela intimista con trasfondo de gran actualidad» (Omar Ramos, Página 12).
Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942) ingresó en 1962 en la Escuela de Cine de Madrid, a la vez que estudiaba Filosofía y Letras. Su primer largometraje fue Habla, mudita (1973), producido por Elías Querejeta y Premio de la Crítica en el Festival de Berlín. Entre sus películas más conocidas figuran Camada negra (1977), Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín