Los relatos de terror de Charlotte Riddell, una de las escritoras más populares e influyentes de la época victoriana. En la geología de nuestro interior, casi al alcance de la mano, se encuentra una casa que recorremos en sueños o por medio de lecturas, o incluso escribiendo relatos que la construyen una y otra vez desde hace siglos. Procuramos que la habiten fantasmas para darle una existencia verosímil, pero lo importante es ella misma, la mansión encantada. Todavía puebla nuestros sueños con su decrepitud, sus misterios, sus corrientes de aire, sus tapices movedizos, sus voces flotando o filtrándose por las paredes, la agitación de sus cortinones de terciopelo raído, sus habitaciones cerradas y prohibidas, sus perfumes rancios de gardenia o nardo. Relatos de o con fantasmas y casas encantadas los ha habido siempre, pero nunca hasta la época victoriana fueron tan abundantes y parecidos entre sí estos cuentos, hasta formar un género codificado. Una de sus características es que forma parte de la abundante, aunque poco conocida, literatura producida en su mayor parte por mujeres, como el género epistolar o la novela sentimental. No nos referimos aquí a las grandes maestras de la literatura epistolar como Madame de Sévigné o Madame de Staël. Las que nos ocupan, colegas de Charlotte Riddell, en su mayoría inglesas, fueron auténticas escritoras profesionales que utilizaron la pluma para subsistir. Procedían de clases bajas y medias, del mundo de la enseñanza o del trabajo social, y muy a menudo eran hijas de clérigos o maestros, y hermanas o esposas de escritores. Algunas solteras se ganaban la vida o completaban sus ingresos como institutrices o maestras escribiendo en la prensa u obras de ficción, anónimamente o bajo sinónimo, como Vernon Lee o George Sand; otras, con el apellido de sus maridos, y algunas con sus propios nombres y apellidos.
Charlotte Eliza Lawson Cowan, conocida como Charlotte Riddell (1832-1906), nació en Carrickfergus, Irlanda, en una familia venida a menos de ascendencia inglesa y escocesa. Se trasladó a Londres en 1855 con intención de hacer carrera como escritora. En 1857 se casó con el ingeniero e inventor Hadley Riddell. En 1867 se convirtió en editora y copropietaria del St. James's Magazine; en la década de 1860 fundó y editó asimismo la revista Home Magazine. Entre 1857 y 1902, Riddell publicó más de cincuenta títulos, en su mayoría novelas, así como un libro de viajes y varias colecciones de relatos cortos. Sus primeros libros aparecieron con seudónimo (F. G. Trafford, por ejemplo) hasta que empezó a firmar «Mrs. J. H. Riddell», adoptando el nombre de su marido. Colaboró asiduamente en la mayoría de las mejores revistas literarias de la época y su novela George Geith of Fen Court (1864) -considerada la primera gran novela inglesa acerca del mundo de los negocios- alcanzó considerable éxito. Elogiada por sus contemporáneos como la gran novelista de la City de Londres, hoy se la recuerda fundamentalmente por sus historias de aparecidos. Escribió cinco novelas breves de ambiente sobrenatural, publicadas originalmente en los típicos anuarios navideños de la época victoriana, entre ellas The Uninhabited House (1875) y The Haunted River (1877), y al menos una veintena de relatos cortos de fantasmas identificados hasta la fecha, de los que reunió seis en su colección Weird Stories (1882), hoy en día considerada un clásico del género. Charlotte Riddell se abrió paso con enormes dificultades en el mundo literario, no menos hostil para la mujer que la sociedad victoriana en su conjunto, y ello pese al considerable peso y calidad de las autoras en la época. Pronto se vio obligada a mantener a su incompetente marido, cuyas desastrosas aventuras empresariales acabaron por dejarlos casi en la ruina. Tras declararse en bancarrota, el ingeniero falleció en 1881 y para su viuda se convirtió en una cuestión de honor cumplir con todos sus acreedores, aun no estando obligada a ello. Los últimos años de Charlotte Riddell estuvieron marcados por la enfermedad y las dificultades financieras. En 1901, fue una de las primeras personas en recibir una pensión pública de la Sociedad de Autores en 1901. Falleció de cáncer el 24 de septiembre de 1906, pocos días antes de cumplir los 74 años.