Transida de resonancias mágicas y épicas, de «mitos» y «leyendas», en la narrativa de Miguel Ángel Asturias late el desgarrado reto del mestizaje, humano y cultural. Aunque reconocido y premiado, más como novelista, poeta y aun ensayista, Asturias siempre se sintió vocacionalmente un dramaturgo, creador, además, del «teatro americano de inspiración indígena», diferente y renovador del, entonces imperante, occidental y burgués. Y si la clave esencial de su obra radica en su dramaturgia, hasta hoy injustamente postergada, el protagonismo debe recaer en «La Audiencia de los Confines» (1957), revisada, antes de morir, en 1971, bajo el título de «Las Casas: el Obispo de Dios». Porque, para Asturias, que quiso ser el «alter ego» de fray Bartolomé de las Casas, y, por tanto, un «Don Quijote» americano encarnado en su sueño de justicia humana, tan indígena como mestiza, e hispánica, el «Apóstol de los Indios» habría sido el primer mestizo, un europeo de corazón indio, verdadero hijo simbólico de Hernán Cortés, el conquistador, y de Doña Marina, «Malinche» o «Malintzin», la indígena. Constituyendo la de Las Casas, en fin, una lucha en pos de la libertad del hombre, frente a la esclavitud impuesta por su congéneres.
Miguel Ángel Asturias (Ciudad de Guatemala 1899-Madrid 1974) caracterizó su obra por el uso creativo del idioma y por la importante reconversión que hizo de los mundos mágico y mítico. Cotraductor del Papol Vuh, el libro sagrado de los indios quichés, fue defensor de los pueblos indígenas y de su cultura, así como de las libertades para el ser humano. Ocupó cargos políticos y diplomáticos en diversos países y fue galardonado con los premios Lenin de la Paz 1965 y Nobel de Literatura 1967. Sus obras más conocidas son El señor Presidente, Hombres de maíz y Leyendas de Guatemala.