Paul Newman se inscribía en la tradición de actores como Clark Gable y Gregory Peck, que alcanzaron fama y prestigio a base de arar un solo surco. Su talento era limitado, pero eran consumados profesio¬nales, con una capacidad para moldear cualquier papel según los contornos de su propia personalidad. El personaje de Newman en la pantalla era esencialmente pícaro: un hombre con el que el público no podía dejar de simpatizar por enormes que fueran sus defectos. Podía interpretar su papel para provo¬car una sonrisa, como en ?Dos hombres y un destino?, para generar atractivo sexual, como en ?El largo y cálido verano?, o para mostrar una arrogancia ignominiosa, como en ?Hud, el más salvaje entre mil.? De Paul Newman se recordará siempre su primer plano, espléndido y hermoso a cualquier edad, en su juventud, en su madurez y en su vejez: el tiempo pudo con él, pero no con su llamativa fascinación. Incluso para morir eligió su lugar, su modo y su ley. Como actor tenía una presencia imponente, domi¬nando la pantalla por la fuerza de su personalidad. Le valió una abultada serie de nominaciones al Oscar en películas
Juan Carlos Eguillor, Antonio de Trueba, Miguel de Unamuno, Juan Arzadun, Emiliano de Arriaga, Juan Antonio de Zunzunegui, Perico Smith, Vicente Blasco Ibañez, Luis de Castresana, José Fernández Urbina, Esther Zorrozua, Fernando Palazuelos, Alex Oviedo, Seve Calleja...