Estampas de viaje, entradas de un diario escéptico, reflexiones sobre el amor y el erotismo, catálogos improbables, vidas ajenas y asomos de la propia, puestos todos bajo la metáfora del fuego y el relámpago retratados por Heráclito, Montejo o Zagajewski, conforman esta narrativa pre y pospandémica.
Compromiso y soledad, aislamiento y conjunción, la fragilidad del encuentro que se compensa con el deseo de lo definitivo. El paso del tiempo y la promesa, a veces burlona y a veces cierta, de que la poesía puede detenerlo al menos lo que dura un relámpago.