AGUSTIN R. RODRIGUEZ GONZALEZ / RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, AGUSTÍN R.
Es realmente excepcional, en cualquier profesión, que se mantenga una tradición familiar durante más de tres siglos, y que el nivel alcanzado siga siendo alto: este es el caso de una dinastía de marinos, vascos y españoles, que durante varias generaciones y del siglo XVI al XVIII llegaron a almirantes de la Armada.
Don Miguel de Oquendo y Segura, fundador de tal dinastía, no inició su andadura histórica desde una situación privilegiada, que entonces determinaba el destino de cualquier persona, sino desde la muy modesta condición de grumete y de calafate. Operario de las reparaciones a bordo de los buques, llegó al más alto mando por méritos propios, combinándolo con exitosas actividades empresariales que fueron desde el comercio ultramarino hasta al diseño y la construcción de grandes buques de guerra y de comercio: los galeones. Lo que le reportó la más alta consideración desde el trono.
Su hijo, D. Antonio de Oquendo y Zandátegui, superó incluso a su padre en sus mandos navales, con un valor y determinación pocas veces igualado. Casi todas ellas en condiciones de lucha difíciles, muchas de ellas impuestas por una dirección política poco acertada. Ambos, padre e hijo, pagaron con sus vidas los errores que no eran suyos con total entrega, marcando una decisiva diferencia con otros más reconocidos y valorados por la historia.
Sus herederos y sucesores no tuvieron vidas tan gloriosas, pero fueron igualmente de trayectorias destacadas, desde las propias navegaciones a labores organizativas y de administración, aparte de las empresariales.
?Los Oquendo, una estirpe de almirantes? pretende dar a conocer y llamar la atención sobre una época y unos personajes que no han tenido normalmente el reconocimiento y valoración que merecen, que es achaque común entre españoles el desconocer o no valorar debidamente nuestra Historia, los hechos y personajes de ella. Y esto, sorprendentemente, en un país en que sus mayores logros, se dieron en la mar y por la mar.
«Ya no me queda más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte» Antonio de Oquendo tras la batalla de Las Dunas, 1639