Se trata de un testimonio en primera persona, crudo y sobrecogedor, que da paso a las vivencias que, día a día, tuvieron que pasar miles de madrileños. Abandono de la escuela, escaseces, privaciones, pérdida de amigos y familiares, bombardeos, disparos, muertes en plena calle, todo queda recogido en la hábil y sucinta prosa de un joven que, al finalizar la contienda, se convertiría en maestro de periodistas y reporteros.
La edad del joven escritor, 15 años en el momento de escribir su diario, hubiera sido la etapa decisiva de la vida de cualquier chaval de su edad, truncada por una guerra horrible que supondría la peor experiencia posible. La búsqueda de la comida diaria, o las relaciones con amigos o con chicas son parte de sus pesadillas diarias. El joven autor demuestra una prosa muy madura, asombrado de lo que acontece alrededor, que relata con gran detalle descriptivo. Una fe en Dios inquebrantable y un enorme amor por sus padres le posibilitaron soportar los horrores de la Guerra Civil que, en un Madrid sitiado, mostró su cara más amarga. El relato de este joven autor supone un testimonio más vivo que nunca que recupera el sentir de miles de familias sumidas en la tristeza y la desolación en un momento en el que la memoria histórica debe adquirir un protagonismo sin complejos.