Una novela inquietante con una muerte de telón de fondo. Ahora que estaba inmóvil, varado y con ojos de muerto, el Murray II parecía ser más importante que todo el puerto: su figura maciza lo hacía único, sagrado e imponente, y la ribera quedaba ciertamente relegada a esos atributos de quietud: era como si la ciudad entera, además, hubiese sido construida sólo para recibirlo. A sus plantas, más bien a su merced, el pasaje diseminado por la explanada de la dársena hacía largas colas para las revisiones aduaneras. En las inmediaciones: incluso en recovecos ciertamente invisibles, la inmigración afincada ya movía los hilos del trueque y de la venta ambulante, ofreciendo pensiones baratas y traslados en coches de alquiler y hasta compañía de aquella que no se nombra.