«En esos momentos de obstinada lucha interior, cuando bajo las pavesas de lo racional me levantaba el corazón la sustancia de las cosas que se esperan en esos momentos de solemne crisis, para afirmar mi personalidad sobre la personalidad de la civilización cristiana en que vivimos, y de que vivimos, resucité mi niñez sumergiéndome en la niñez del espíritu de nuestra cultura [â?¦]. Y me encontré con la historia de un fariseo típico, del intelectual que ansia consuelo en la verdad y verdad en el consuelo, con la historia de Nicodemo, el discípulo vergonzante, que va de noche y a hurto a ver a Jesús y cuando éste muere le entierra, como quieren enterrarle tantos intelectuales enamorados de su soberana belleza, enterrarle en análisis y estudios y convertirle en tema artístico y literario. Leí y releí la historia de Nicodemo y la medité. Y dejé luego cristalizar tales meditaciones, meditaciones cordiales más que racionales disquisiciones, en un relato que es el que voy a leeros esta noche».