Esta es una novela novelesca, es decir, que goza de un argumento trepidante y convulso que nos lleva de aquí para allí y que nos sorprende una y otra vez y la siguiente y otra más hasta que la muerte, cerrar el libro, nos separe. Una novela donde la protagonista se desgarra, ama, odia y se odia, se vuelca y revuelca. Ella es Chela, María Micaela Stradolini, la heroína de este melodrama, quien, rodeada de viejos fotos y nostálgicos cachivaches, recuerda los acontecimientos que han ido marcando su vida. Una infancia con caprichos y cuidados de niña bien entre la alta burguesía argentina, en aquellos tiempos en que los ricos también lloraban lágrimas siempre exquisitas y poéticas. Una mamá con sus manías, sus collares de dos vueltas con cuentas de azabache y sus altas pretensiones de pianista fracasada. El dolorido sentir de que mamá no te quiere o quiere más a tu hermana. El nuevo hermanito que nace deforme. Papá, un prócer que te besa al desgaire y te castiga con rigor espartano. Los primos, los secretos, las criadas, los juegos inocentes y los primeros juegos culpables. La vida en el internado y la incomprensión de sus compañeras. El descubrimiento de la literatura. La escritora precoz. Enamoramientos imposibles y amantes disponibles pero conyugalmente ocupados. Viajes a Chile, a París y finalmente a Sicilia, el solar de los Caserta. Allí donde su tía abuela ?reina? entre las ruinas de su estirpe y en donde Chela encontrará las raíces de su singular destino.
Aurora Venturini (La Plata, 1921-Buenos Aires, 2015) fue novelista, cuentista, poeta, traductora, docente y ensayista. Trabajó como asesora en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor, donde conoció a Eva Perón, de quien fue amiga íntima. Tras el golpe de Estado de 1955, se exilió en París. Allí compartió tertulias y noches de bohemia con personajes como Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, Ionesco o Juliette Gréco. Escribió más de cuarenta libros. Pero fue en 2007, a los 85 años, cuando con Las primas consiguió el reconocimiento que hasta entonces se le había negado, como explica muy bien el prólogo de Mariana Enriquez.