(1763-1827) es uno de «los cuatro grandes» del haiku, junto a Basho, Buson y Shiki, y seguramente el más querido de los autores de haiku en Japón. Su ternura, su gracejo, su implicación vital en cualquier tema que cantara, lo hacen único. Hijo de un granjero de clase media y huérfano de madre a los tres años, no tuvo una infancia feliz, aunque siempre encontró alivio en la poesía. Estudió en Edo con el maestro Chikua, pero a la muerte de este se hizo monje itinerante y durante diez años peregrinó por el país, conoció a numerosos poetas y publicó varias antologías. Tras la muerte de su padre, regresó a su ciudad natal para establecerse allí definitivamente en 1813. Y allí moriría, en un incendio, en 1927, dejando para la posteridad una obra poética inigualable.