Pirotécnicos, droga, napolitanos, rivalidad y desubicados. Esta novela va de eso.
De dos hermanos que suponen el fin de raza de una saga de maestros de la pólvora; de un napolitano que se juega en cada cruce de frontera su libertad, que son las calles de su infancia vistas desde su exilio septentrional. En fin, de la fatalidad, de los días previos a que se cumpla el plazo. A que la deuda se pague.
«Cuando explico que la escribí a trozos, en un portátil prestado, durante los debates de Les Corts Valencianes, en los tiempos muertos de la redacción y de madrugada tras acostar a las niñas, mis compañeros del periódico rematan: «No me extraña». Canallas, los periodistas. Y, sin embargo, uno de ellos me contó una leyenda urbana sobre las Fallas y los coheters. Retorcí aquella historia en mi cabeza sin piedad mientras sacaba al perro tres veces al día durante años. El resultado es un castillo de fuegos literarios. Para encender la mecha, abrid el libro.»