He visto delante de mí a grandes profesionales que manifestaban la incertidumbre que les provocaba no saber cuál era su talento, agotados de caminar sin rumbo y con la sensación de que sus oportunidades profesionales más valiosas pasaban ante ellos porque los demás no lograban verlos. En esos primeros encuentros, los imaginaba sintiéndose invisibles, en un callejón frío y oscuro, acumulando (sin ser totalmente conscientes) experiencias vitales, conocimientos, miedos, habilidades y proezas, pero sin ningún tipo de orden, colocándolos en un lugar poco visible; lo llamé la trastienda. Acompañarlos en su camino de desarrollo con el uso de esta metáfora les permitió entender que para lograr llegar a la tienda (ese lugar en el que, al fin, alcanzar sus resultados y el sitio perfecto en el que comunicar y visibilizar lo que pueden hacer por los demás), no era sino cuestión de un contundente trabajo personal. Identificar y clasificar el talento en el almacén y, sobre todo, dar el gran salto de transformarlo en valor para los demás en el taller, se convertían en las piezas clave de sus estrategias para alcanzar el é