«Discutíamos tranquilamente de unas cosas y otras, mi amigo Jean y yo, sentados en la terraza del café, cuando de pronto vimos, en la acera de enfrente, enorme, poderoso, resoplando con feroz estrépito, avanzando en línea recta y a paso de carga, rozando casi los escaparates, un rinoceronte». Los relatos de este libro fueron el punto de partida de algunas de las obras teatrales más célebres de lonesco (Víctimas del deber, 1953. El rinoceronte, 1959). Al igual que en su teatro del absurdo, el preciso realismo de su pluma acoge de manera asombrosamente natural lo fantástico y lo imaginario, conjugando el pesimismo característico que denuncia la falta de sentido de la condición humana y su extrañeza y aislamiento radicales, con el humor delirante y las situaciones enormemente cómicas de muchas de sus páginas.