Romance de lobos, la más conseguida de las Comedias Bárbaras, continúa los tres hilos argumentales iniciados en las obras anteriores, concentrados aquí en uno sólo: la transformación de Don Juan Manuel Montenegro, que pasa del exceso y la locura de su violento vivir a una nueva conciencia de sí mismo, redimido por un sentimiento de culpa que apaga su soberbia. Ya la primera escena, con la aparición fantasmal de la Santa Compaña, que pasa como una niebla sobre los maizales, preludia la caída de Montenegro, el carácter ceremonial y el contenido trágico de la Comedia. Valle-Inclán se nutre de imágenes sonoras y visuales para potenciar el sentimiento de soledad, angustia y muerte que inunda la obra. El viento, la lluvia, la noche, la luz eléctrica del rayo, el mar y un completo bestiario de simbología animal envuelven al lector en una atmósfera cuya sacralidad nos proyecta hacia la eterna incognita del destino humano.
Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) colaboró asiduamente en prensa y cultivó la prosa y el teatro, llegando a ser uno de los mayores renovadores de la escena española gracias a su técnica el esperpento. Contrario a la dictadura de Primo de Rivera, motivo por el que llegó a estar encarcelado, ostentó el cargo de conservador general del Patrimonio Artístico y director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma durante la Segunda República. El deterioro de su salud le hizo retirarse a Santiago de Compostela, donde falleció en 1936.