El vínculo entre literatos y fútbol no es cosa reciente. Ha sido corroborado por algunos escritores no sólo con sus escritos, sino también con la acción. Camus y Nabokov fueron porteros en su juventud, y el segundo afirmó que todo lo que sabía de la moral humana lo había aprendido del fútbol. Javier Marías es otro de los autores que nunca ha negado su afición, y que incluso jugó de extremo izquierdo cuando era niño. Este deporte ha sido el tema de muchos de sus artículos y de varios de sus cuentos, un territorio mítico donde recuperar la infancia, un lugar en el que las ambigüedades no tienen cabida, donde, según Paul Ingendaay, editor y antólogo de la selección de textos que componen Salvajes y sentimentales, «las cosas están claras y el autor se siente seguro de sus pasiones y sus recuerdos». El fútbol, a ojos del niño Javier, y de hecho de cualquier niño, es un desfile de héroes y villanos, una gran gesta épica que le ayuda a aprender valores básicos de la vida. A los del adulto, es una demostración de temple y carácter, de sacrificio y solidaridad. Es sentimiento, recuerdo y nostalgia, sobre todo nostalgia.