Toda religión ostenta milagros en su nacimiento y en su muerte, pero ninguna lo hace cerca de la mitad de su existencia. La razón es ésta: que en intervalos muy largos de tiempo ocurren potentísimas conjunciones de planetas y los astrónomos demuestran con muy claras experiencias que al darse tales conjunciones se establece una nueva religión y en consecuencia se debilita la antigua. Yo demuestro esa aserción con un argumento muy válido. Es el siguiente: en virtud de las grandes conjunciones de los astros estas cosas terrenales obtienen un grandísimo poder y por eso producen obras extraordinarias. Además, en tales períodos cambia la voluntad de los hombres y la fantasía, de la cual se sirve el intelecto como consejera de la voluntad, está sometida a la influencia del cielo. Por eso el hombre sabio, deseoso de los sagrados honores de un nombre eterno, previendo tal futuro se declara profeta mandado por Dios y se adscribe a sí mismo, haciéndose pasar por omnipotente, aquellos milagros que son obra de la fuerza necesaria de los cuerpos celestes. Y así el populacho, engañado, lo admira y lo adora.