Un golpe de dolor saca al lector de este Soliloquio para dos y lo expulsa de nuevo al dominio material, donde cuerpo y lenguaje siguen siendo, a su manera, luces o sombras con que vamos conduciendo vagamente los pasos por los fríos salones de la existencia, junto a estás palabras de última hora de Eduardo Moga, descargadas sobre su obra anterior como fustazos rabiosos. Tomás Sánchez Santiago