En Subterra viven callados los hombres como insectos. Baldomero Lillo es un coleccionista del dolor y un observador de la ingratitud que la vida depara por capricho y azar a unos cuantos. Pero Lillo también es el tierno padre que rescata a sus personajes del fondo de la tierra con sus propias manos.
Hijo de un perdedor del oro, su padre sucumbió al sueño de la californiana fiebre del xix y volvió a casa, a trabajar en las minas de Lota, con la resaca del sueño no cumplido. Allí, cerca del Pacífico, empleó a su hijo en una pulpería en la que bebían y comían los mineros de los pozos cercanos. Al joven Lillo este trabajo le moldeó de tal manera que las imágenes de la miseria de esos trabajadores, no se le borraron nunca del pecho. Y aquello necesariamente tenía que derivar en un libro: Subterra.
En estos cuentos se oyen las palabras, las voces, el ruido que hace el grisú cuando se mal abre una veta en una galería, el crujir de la madera de los entibados, y detrás de todo y rodeándolo todo, se escucha como un eco profundo el grito delicado del dolor humano que todavía resuena con su amarga y fantástica belleza. La obra de Lillo nos deja en el paladar la rotundidad de unas historias que escuecen y liberan y que desgraciadamente ocurren ahora mismo en muchas partes del mundo.