La colaboración de Chéjov con el Teatro del Arte de Moscú, dirigido por Stanislavski y Nemiróvich-Danchenko, se cerró con las dos últimas creaciones para la escena del autor, Tres hermanas (1901) y El huerto de los cerezos (1904). Stanislavski veía con estupor cómo Chéjov se resistía a admitir que esas obras «fueran consideradas angustiosos dramas sobre la vida rusa»; él insistía en que eran alegres comedias, farsas casi frívolas. La relectura hoy de estos dos títulos excepcionales e inclasificables aviva y matiza a la vez la polémica, por otro lado muy bien ilustrada en los recuerdos de Stanislavski sobre el montaje y en los ensayos históricos de Rudnitski que incluimos en esta edición. La poeta simbolista Zinaída Guippius dijo en una ocasión: «Chéjov ha descubierto el microscopio. Ha descubierto los átomos». El tiempo ha dado la vuelta a esta afirmación, que en su origen tenía un carácter despectivo, y la nueva traducción de sus dos obras finales, de la mano de Jorge Saura y Bibicharifa Jakimziánova, permite comprobar por qué.