Fredric Jameson empleó un poema de Bob Perelman, titulado «China», para ilustrar el principio de parataxis (acumulación discontinua, fragmentación esquizofrénica), como tropo cultural de la postmodernidad. Pudo haber elegido su reverso, tan o más postmoderno, que cimenta Tres poemas: la hipotaxis, la cotinuidad sinuosa, la integración exasperada. John Ashbery se entregó en 1971 a un experimento insólito, tres largos poemas en prosa que le permitieron escapar de la mecánica rigidez de la prosodia. Su nueva prosa poética brota, pues, como escritura híbrida, metamórfica, donde se pronuncian y denuncian atavismos inexpresivos. Con ironía profunda, Ashbery manipula las jergas de la esperanza humana (filosofía, astrología, religión, psicoanálisis, folklore) para ofrecer su diagnóstico agridulce sobre una vida, con forma de camino, condenada sólo a ser promesa de otra vida. Los pronombres trastornados de Ashbery deambulan sobre un tapiz lleno de escenas familiares, los místicos ingleses, Shakespeare, Henry james, John Clare, Roussel, De Chirico, Auden o Gertrude Stein... precursores, artífices de otra tradición que este libro reclama y conmemora.
John Ashbery (Nueva York, 1927-2017) fue uno de los mayores exponentes de la llamada Escuela de Nueva York de poesía. Es autor de más de veinte libros de poemas, entre ellos Una ola (Lumen, 2001) o Autorretrato en espejo convexo, merecedor de los premios Pulitzer de poesía, National Book Critics Circle y National Book. Para muchos, fue el mejor poeta estadounidense de su generación. W. H. Auden seleccionó su obra Some Trees para la Yale Younger Poet Series.