Lorenzo Roal sabe que la vida y su turbio esplendor están en la raíz de todo canto, y que lo demás es oficio de paciencia y jardineo de lecturas. Con una voz medida y comedida, propia de la pública confidencia, su poesía busca en el ámbito doméstico y las referencias pop el espacio simbólico de la intimidad, sin renunciar al retrato enmascarado del monólogo dramático o a la reflexión bienhumorada sobre la propia tarea. Quien se acerque a los poemas de Última noche recordará que la mejor respuesta a la oscuridad es siempre una luminosa pregunta; que, si no se ahueca el tono y el poeta atiende a los anhelos esenciales, el trabajo de la palabra nunca es vano. Aunque solo el presente tiene verdaderos detalles con nosotros, ningún regalo del tiempo estará perdido para siempre si encuentra una forma cabalmente emocionada de decir su adiós. Enfermos de vida, esa afección intemporal, estos versos aspiran a que la herida del tiempo cicatrice en la memoria de los lectores.
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