«Hay lugares donde se ve el horizonte, lo que hay, lo que somos», afirma Pierre Bergounioux. La Corrèze, en el Lemosín, donde su alma «fue arrojada para empezar», es para él ese lugar. El autor de estas páginas se enfrenta a su primer paisaje, ese origen ―privilegio y a la vez sortilegio― del que brota su sugestiva obra, vertebrada por la contradicción de crecer en una sociedad agrícola, que, al tiempo que entra en el presente, se muere. Del intento imposible de saldar las deudas con la infancia, de devolver a los muertos su relato, surge este texto crucial. Y como Bergounioux dice de los libros que han conformado su propia mirada, también este es uno de aquellos que «afecta en mayor o menor grado a lo que pensamos y, por lo tanto, a lo que somos. Cambia, en cierta medida, el mundo que consiste, en parte, en la idea que tenemos de él, ya lo adorne y agrande, ya consuma su ruina. Pero ese desastre, esa perdición, si los superamos, pueden ser provechosos, convertirse en riqueza y alegría».
Pierre Bergounioux (Brive-la-Gaillarde 1949) estudió en la École normale supérieure y la École des hautes études en sciences sociales y escribió, bajo la dirección de Roland Barthes, una tesis sobre Flaubert. Aficionado a la entomología, escultor, autor de una vasta obra, ha impartido clases en la periferia de París y en la actualidad enseña en la École nationale supérieure des beaux-arts. Ha recibido numerosos galardones, entre los que destacan el Roger Caillois y el Grand Prix de littérature de la Société de gens de lettres, ambos por el conjunto de su obra.