Luminoso, como el propio Maximilián Voloshin, es este texto que Marina Tsvietáieva dedica a la memoria del poeta y pintor que falleció bajo el sol de mediodía en Koktebel, un pueblo a orillas del mar Negro, el 11 de agosto de 1932. Personaje entusiasta y generoso, «constructor de tantos destinos», anfitrión de figuras como Andréi Biely, Ósip Mandelstam o Alexandr Blok, su casa en Crimea se convirtió en uno de los puntos de encuentro más singulares no solo de Rusia sino de Europa. En las páginas de Viva voz de vida, la magia, el mito y la música de las palabras recrean la fecunda amistad que unió a la autora con este escritor legendario al que conoció a los diecisiete años. El mar y la tierra, la historia y el arte envuelven este encuentro en el que se cruzan los senderos del pensamiento y la creación.
Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 ? Yelábuga, Tartaristán, 1941) fue una poeta precoz, inclasificable, un espíritu libre que se negó a constreñir su arte a definición alguna. Vivió en Rusia hasta 1922, año en que se exilió, primero en Bohemia y luego en Francia. En 1939 volvió a la Unión Soviética, donde dos años más tarde, condenada al ostracismo, puso fin a su vida.