Porterhouse es un college de Cambridge que, si nunca se ha distinguido por su buen nivel académico, destaca, en cambio, por su excelente cocina y por la sospechosa facilidad con la que «expenden» títulos universitarios. De hecho, su decadencia empezó cuando uno de sus administradores dilapidó en Montecarlo los bienes de Porterhouse, lo que obliga a que su subsistencia se base en donaciones con las que los padres de los alumnos logran que éstos ingresen y se gradúen. Mas he aquí que, en tan anticuada y sobornable institución, aparece un nuevo rector, un ex político bastante ñoño, pero con espíritu reformista, que decide darle aires nuevos a Porterhouse, sin saber que con su actitud puede dar al traste con los sucios manejos a los que el college estaba acostumbrado. El zafarrancho está servido. Tom Sharpe, con su maestría habitual, manejará los hilos de la trama de modo que se vaya preparando el desastre, ¡y qué desastre! El nuevo rector tendrá que enfrentarse a las fuerzas vivas de la oposición reaccionaria, representadas por un enemigo nada pequeño: el portero del college, un clásico personaje de Sharpe que, a la manera de Blott, luchará con todas sus fuerzas por impedir que las cosas cambien, por el «buen» nombre de la casa.