La Alhambra es la última manifestación de un mundo exquisito que se esfumó y desapareció. Sus creadores se marcharon sin dejarnos herederos. Pero el esplendor que siempre la envolvió, con el pasar del tiempo se transformó en una poderosa carga de nostalgia, que hoy llega hasta nosotros a través de los materiales pobres y efímeros con los que tuvieron que expresarse los artesanos nazaríes: piedra de yeso transformada en sutiles atauriques calados como encajes de finura extrema, piezas de barro cocido realzadas con el baño de esmaltes metálicos y resueltas en una sofisticada geometría de puzles multicolores, o qubbas de tierra y ladrillo cubiertas con bóvedas de delicados prismas de yeso tallado, conformando salas reales deslumbrantes. Todos ellos, más de cinco siglos después de desaparecida la cultura que los creó, siguen enviando su mensaje de eternidad, el que cada día empuja a un ejército de peregrinos a subir a la Sabika a tratar de descifrarlo.