Somos inteligentes en virtud de los errores, de las deformaciones que nos forman. Partiendo de esta verdad común, la inteligencia artificial generativa no es criticable por sus defectos circunstanciales, sino por su voluntad estructural de perfección. El diseño elegante de cualquier dispositivo sugiere una fluidez libre de sangre. Esta pretensión de limpieza, en un mundo desgarrado, es en sí misma despiadada. La forma suave de los aparatos, igual que las proclamas angelicales de bondad corporativa en el capitalismo de plataformas, no oculta únicamente el sufrimiento de seres explotados. La promesa tecnológica tapa también algo más cercano y de lo que no se habla, un enmudecimiento anímico que apenas tiene precedentes. No olvidemos que la moda de la fusión oculta la fisión: se trata de acabar con cualquier grumo de singularidad a favor del esencialismo serial, construido y consumible. La IA sólo es, en este sentido, el penúltimo epítome ya definitivamente íntimo de un totalitarismo democrático de lo aislado y conectado. Ignacio Castro Rey (Santiago de Compostela, 1952) es filósofo, crítico cultural, de cine y
Doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, es filósofo y crítico de arte. Influido por la heterodoxia del pensamiento occidental (Leibniz, Nietzsche, Lacan, Deleuze), desarrolla desde hace años un trabajo filosófico en una doble dirección. De un lado, una afirmación ontológica de la singularidad, de su impacto irrepresentable. De otro, una crítica de la violencia microfísica del poder postmoderno. En ambos registros intenta rescatar la potencia conceptual de distintos creadores contemporáneos, de Baudrillard a Badiou, de Agamben a Sokurov.
Es autor de numerosas obras, de entre las que destacan: La represión informativa del sujeto (Grama, Buenos Aires, 2011), Votos de riqueza (A. Machado Libros, Madrid, 2007), Crítica de la razón sexual (Serbal, Barcelona, 2002), La sexualidad y su sombra (Altamira, Buenos Aires, 2004), La explotación de los cuerpos (Debate, Madrid, 2002).