Entre el engolamiento huero y las invectivas plebeyas, una catarata ramplona viene a ser el denominador común de las «artes» oratorias de nuestros actuales políticos de primera fila. Acuciados por destruir cuanto antes al adversario lo suelen hacer con contundentes testarazos, primitivos y brutales, sin arte ni pasión por el recurso a la ironía refinada o a una calculada paráfrasis denigratoria mortal de necesidad. Leer ahora, en estas circunstancias, los discursos de Don Manuel Azaña, que se recogen en volumen por primera vez, es un gozo. A la sustancia, siempre interesante, siempre original, del contenido de sus discursos se añade con un valor propio, inmenso, la increíble capacidad oratoria, el perfecto recurso a los tropos y el refinamiento verbal, no exento de acritud cuando convenía, del mayor animal político que produjo la España del siglo XX.
MANUEL AZAÑA (1880-1940) fue, sin duda, el político más importante de la Segunda República y uno de los más destacados intelectuales españoles del primer tercio del siglo XX. En plena dictadura de Primo de Rivera fundó el partido Acción Republicana, una de las formaciones decisivas en el advenimiento de la República en 1931. En el nuevo régimen Azaña personificó el espíritu reformista del primer bienio republicano como ministro de la Guerra y presidente de Gobierno, así como con su oposición parlamentaria al gobierno de centro-derecha en 1934-1936, y la asunción de la presidencia de la República tras el triunfo del Frente Popular y durante la guerra civil, hasta su muerte en el exilio francés. Como escritor se prodigó en diversos géneros que abarcaron desde los artículos periodísticos y discursos de signo político, hasta el ensayo literario -como el que le valió el Premio Nacional de Literatura en 1926- y los diarios. Estos discursos y artículos dedicados a la autonomía catalana son expresión de su talento y lucidez en los diagnósticos y soluciones a problemas de ayer, aún hoy plenamente vigentes.