Raptar a un perro puede parecer una buena idea cuando la sociedad te dice por activa y por pasiva que sobras. Y la idea gana en atractivo si el animal pertenece al richacón de la isla. Con lo que no contaba Víctor Fuertes es con la indiferencia mutua entre bicho y amo y con la picardía de sus empleados. Ni con que su huida al viejo faro se convirtiera en una suerte de recorrido iniciático guiado por unos viejos sabios y heterodoxos de la montaña.
Antonio Orihuela (Moguer, 1965), arqueólogo, historiador y escritor a destiempo de la modernidad liberal, viene elaborando desde comienzos de los noventa un discurso crítico sobre la vida dañada y las resistencias cotidianas en las sociedades del capitalismo tardío. Con su primer poemario, Perros muertos en la carretera (1995), deambuló por el delgado hielo de la literatura marginal. Con Edad de hierro (1997), La piel sobre la piel (2005) o La ciudad de las croquetas congeladas (2006) intentó abarcar todo aquello que constituye la ligazón de nuestra vida con el mundo conformado por ese capitalismo. Con Narración de la llovizna (2003) o
Tú, quién eres tú (2007) indagó en el reverso de esa trama social e ideológica. Su escritura sostiene en todo momento la tensión de hablar al pueblo en un mundo en el que esta palabra ha sido bombardeada por una historia dominada por el consumo y la individualidad burguesa. Con las esquirlas y los restos, Orihuela ha intentado reconstruir un trazado posible para la consciencia crítica. Las tres antologías que existen de su obra (Piedra, corazón del mundo, 2001; Para una política de las luciérnagas, 2007; y La destrucción del mundo, 2007) ofrecen un panorama coherente de esta escritura cuyas razones poéticas e ideológicas pueden encontrarse en La voz común (2004), El libro de los tesoros (2007) y El libro de las derrotas (2009), y que tiene un horizonte preciso: cambiar el futuro.