Galdós fue elegido miembro de la Real Academia Española con notable retraso, bastante después de que su producción literaria hubiera alcanzado las cotas de calidad y cantidad que hacían lógica la elección. Esta tuvo lugar en 1889, fue promovida por quien más tarde le daría la bienvenida en la corporación, su amigo Marcelino Menéndez Pelayo, y no estuvo exenta de dificultades, pues requirió dos intentos. El acto de ingreso se retrasó hasta 1897, y fue una de las raras ocasiones en que la contestación resultó más extensa que el discurso del recipiendario. Posteriormente, Galdós ocupó el otro atril del salón de actos de la Academia para recibir en ella a José María de Pereda. El triángulo amistoso que, por encima de las diferencias ideológicas, tuvo sus vértices en esos tres nombres representa en la historia de nuestras letras un ejemplo admirable de espíritu tolerante, del que el lector hallará algunas muestras en los dos discursos que aquí se reeditan.
Novelista, dramaturgo y cronista español, es uno de los principales representantes de la novela realista del siglo XIX y uno de los más importantes escritores en lengua española. Su estancia en Madrid, donde estudió Derecho, le permitió comenzar a realizar colaboraciones en revistas y frecuentar los ambientes literarios de la época. Sus obras, de un nítido realismo, fueron un reflejo de su preocupación por los problemas políticos y sociales del momento. Gran observador, su genial intuición le permitió plasmar fielmente las atmósferas de los ambientes y los retratos de lugares y de personajes. De su producción literaria destacan La Fontana de Oro, El audaz, los Episodios nacionales (serie empezada en 1873 con Trafalgar), Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, Tristona, Realidad (su primera obra de teatro), La loca de la casa, Casandra, Electra y El caballero encantado. Galdós fue elegido miembro de la Real Academia Española en 1889 y candidato al Premio Nobel de Literatura en 1912.