La historia que se cuenta en Pepita Jiménez es la morosa desconversión del seminarista Luis de Vargas, quien orgullosamente afanado en sus raptos de amor divino va paulatinamente perdiendo esos afanes en aras de un amor terrenal que tiene como sujeto a la joven viuda Pepita Jiménez, a quien, por otra parte, pretende el padre de Don Luis, Pedro de Vargas, cacique del lugar andaluz donde se desarrolla la ficción. El desenlace es el matrimonio entre Pepita y Luis, gracias a los buenos oficios de la locuaz criada Antoñona y al amparo de una naturaleza ardiente. En tal desenlace se quiso ver, desde un buen principio, la mano de Valera, armonizando amor divino y amor humano, mundo de la mística y mundo de la razón, espíritu y naturaleza, vida beata y vida familiar y doméstica. Manuel Azaña, partiendo de la transigencia y liberalismo de Valera, escribía en 1927: «nada es inútil en la energía espiritual, nada de ella se pierde; pero es aberración detestable querer saltar, si puede decirse, fuera del mundo que nos sostiene: el acuerdo de espíritu y naturaleza constituye lo humano. Si hay alguna tesis en Pepita Jiméne
Juan Valera (1824-1905), diplomático de carrera, fue embajador en Lisboa, Washington, Bruselas y Viena. Ejerció de crítico literario y fundó la Revista Ibérica. De familia aristocrática, formación clásica y espíritu racionalista se mantuvo siempre ajeno a tesis ideológicas y a escuelas y movimientos literarios. Comenzó a escribir novelas en la madurez de su vida. Juanita la larga es otra de sus obras donde lo femenino y la sensualidad aparecen como rasgos distintivos de su literatura.