«Mañanas de invierno, luz roja en la noche, aire inmóvil y seco antes de amanecer, el jardín que se intuye en la oscuridad del alba, empequeñecido y ocultado por la nieve, abetos sobrecargados que, por vuestros brazos negros, deslizabais, hora tras hora, vuestra carga, aleteo de los pájaros asustados y sus juegos inquietos entre un polvo cristalino más tenue y más brillante que la neblina iridiscente de un chorro de agua íOh, inviernos de mi infancia, un día de invierno os ha devuelto a mí! En este espejo ovalado sujetado por una mano distraída, busco mi rostro de entonces, no mi rostro de mujer, de joven mujer cuya juventud pronto la abandonará.» Para Colette, como para Proust, la búsqueda del tiempo perdido no está impulsada por una predisposición a la melancolía estéril; es más bien una forma de intensificar el instante presente reviviendo los recuerdos de un pasado en el que las imágenes y las sensaciones han permanecido intactas: el pudding blanco de Navidad, cuya salsa de mermelada de albaricoque diluida con ron y coñac bastaba para embriagar a la pequeña Colette; la espera impaciente del tambor munici
Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) fue la primera mujer moderna del siglo XX. Su fascinante vida arranca en la época del decadentismo de finales del siglo XIX y termina en los años cincuenta, rodeada de gatos en un lujoso apartamento de París, después de pasar por los escenarios, ambientes, movimientos artísticos y hechos históricos más destacados de su tiempo: los salones mundanos de la Belle Époque, el ambiente del Lesbos finisecular, el bajo mundo del music-hall y el cabaret, el periodismo y la literatura, las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el incipiente arte del cinematógrafo, los felices años veinte, los nazis en París... Sin embargo, a pesar de su celebridad como novelista y de ser una de las personalidades más conocidas de Francia, fue una mujer profundamente reservada y recelosa, que se resistía ferozmente a ser conocida.