El 9 de diciembre de 1824 se libró la batalla más sangrienta de la guerra civil de independencia latinoamericana. Las tropas realistas, abandonadas de todo socorro y perdidos sus territorios, se enfrentaron, bajo el cerro Condorcunca, a un último combate con sus hermanos andinos y contra sus hermanos americanos. Por entonces, solo el Alto Perú y Chiloé permanecían afectos a la Corona española. La batalla cerró un conflicto que se había prolongado más de diez años, y que dejaba familias divididas y regiones enteras empobrecidas. El surgimiento de nuevas naciones trajo un resplandor de esperanza, aunque su luz surgió de la guerra más cruenta. España, tierra violentísima, resuelve los fratricidios con la desmemoria y la desmemoria teje nuevos fratricidios que vuelven a anidar en la desmemoria. También Ayacucho (rincón de muertos', en quechua) pasó a poblar el olvido hispano y su recuerdo quedó encerrado en ese amplio ataúd que guarda la luenga memoria de los fracasos de esta nación.
Profesor de Historia de América en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y director del Departamento de Geografía, Historia y Filosofía y del instituto de investigación El Colegio de América, Centro de Estudios Avanzados para América Latina. Académico correspondiente de la Academia de la Historia de Colombia, pertenece al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Entre otros, ha publicado los siguientes libros: El retorno del rey. El restablecimiento del régimen colonial en Cartagena de Indias 1815-1821 (2008) y Vientos de guerra. Apogeo y crisis de la Real Armada 1750-1823 (2018).