En verano de 1880 Rimbaud parte de Chipre con destino incierto hacia las ciudades costeras del Mar Rojo. Desde allí se internaría en Etiopía, pasando a vivir largas épocas en Harar. Once años después regresaría a Marsella, en la costa mediterránea de Francia, para morir. Tenía 36 años. Las cartas de esa época de su vida, apenas nos dan atisbos del sufrimiento de una persona que había perdido su lugar en el mundo. Son cartas que cuentan proyectos, casi siempre poco realistas, y el deseo, por encima de todo, de conseguir establecerse como un feliz burgués, una pacífico padre de familia en la lejana y húmeda Francia. Nos muestran con desgarrada tristeza la soledad de un hombre que, sin saberlo, había creado la mayor obra lírica de la era moderna: Una temporada en el infierno. Esta apasionada edición de Lolo Rico nos descubre a un Rimbaud bueno; a un niño perdido. Alguien que no sabe regresar.
Arthur Rimbaud nació en 1854 y murió en 1891 de sífilis. Pocos son los que desconocen sus relaciones tempestuosas con Verlaine, sus inquietudes políticas durante la Comuna de París y sus dificultades para publicar sus poemas. Sin embargo, casi todo el mundo ignora sus andanzas por el «infierno» abisinio.