Si el lector se preguntara sin inhibiciones si en alguna ocasión sintió, por ejemplo, el oculto deseo de liquidar a toda su familia con matarratas, de simular ante posibles «inquisidores» una incurable catalepsia, de querer ser otro a toda costa, o de prendarse de una niña con visos de hada olorosa ; si recordara sin trabas cuándo y cómo fumó su primer cigarro, asistió a una sesión de magia, descubrió que la niña no era un ángel sino el signo de algo profundamente perturbador, se emborrachó, visitó los primeros burdeles ?que finalmente tanto se parecen al mundo exterior, «normal»? y buscó bondad y consuelo allí donde menos podía encontrarlos, entonces el lector comprenderá la verdadera naturaleza de este sinuoso recorrido iniciático de Cocuyo ?niño precoz, cabezón, perverso y fisgón? y será Cocuyo en toda su exuberante vitalidad, a veces grotesca y risible, otras casi demoníaca, otras pícara y tierna, otras simplemente miserable.
Severo Sarduy nació en
Camagüey, Cuba en 1937. Aunque escribiera poemas desde muy joven, en 1956 se
trasladó a La Habana para estudiar medicina. No obstante, pudo más la creación artística
y, después de los primeros años de la Revolución durante la que colaboró en Diario Libre y Lunes de Revolución, se fue a estudiar historia del arte a Madrid y
luego a París, donde vivió desde entonces. Entre Gestos (1963) y Pájaros de la playa, publicó otras cinco novelas - De donde son los cantantes, Cobra (Premio Médicis 1972 en Francia), Maitreya, Colibrí y Cocuyo-,
tres ensayos -Escrito sobre un cuerpo, Barroco y Simulación-, cinco libros de poemas, entre otros Big
Bang (Cuadernos Infimos 57), que vio la luz en Tusquets Editores en 1973, uno
de teatro y más de una pieza radiofónica.
En 1990, tuvimos la satisfacción de publicar su entonces última novela,
Cocuyo (Andanzas 125), que fue acogida con los máximos elogios por
parte de la crítica. La publicación de Pájaros de la playa se convierte
ahora, con ocasión de la muerte de Severo
Sarduy en junio de 1993, en todo un homenaje que tanto Tusquets Editores como sus lectores habituales no podemos por menos
que rendirle.