La poesía del cubano Severo Sarduy empieza, literalmente, por el comienzo (Big Bang, 1974) y acaba con el fulgor del vacío que emiten sus últimos textos (Un testigo perenne y delatado, precedido de Un testigo fugaz y disfrazado, 1993). Desde la planeación "saturada, exuberante, amazónica y barroca" de la página, como el mismo Sarduy lo definiera, hasta el diseño de este otro "pabellón del vacío" (Lezama Lima), el poeta, narrador y ensayista elaboró su escritura con los materiales de construcción de una mirada expansiva y, a la vez, retráctil: el ojo que contempla el cuerpo de las cosas creadas, el cuerpo de las cosas contemplado por el ojo que lo crea, el ojo que contempla el ojo que lo mira crear y ser creado en la visión recíproca. Ya arquitectura abierta en el poema visual, ya cerrada en sus sonetos, liras y décimas, el universo lírico de Sarduy parece actualizar el conocido dictum mallarmeano: el mundo entero existe para el libro, y viene a parar en él. Antes bien, el mundo existe para la imagen y viene a reflejarse en ella.
Severo Sarduy nació en
Camagüey, Cuba en 1937. Aunque escribiera poemas desde muy joven, en 1956 se
trasladó a La Habana para estudiar medicina. No obstante, pudo más la creación artística
y, después de los primeros años de la Revolución durante la que colaboró en Diario Libre y Lunes de Revolución, se fue a estudiar historia del arte a Madrid y
luego a París, donde vivió desde entonces. Entre Gestos (1963) y Pájaros de la playa, publicó otras cinco novelas - De donde son los cantantes, Cobra (Premio Médicis 1972 en Francia), Maitreya, Colibrí y Cocuyo-,
tres ensayos -Escrito sobre un cuerpo, Barroco y Simulación-, cinco libros de poemas, entre otros Big
Bang (Cuadernos Infimos 57), que vio la luz en Tusquets Editores en 1973, uno
de teatro y más de una pieza radiofónica.
En 1990, tuvimos la satisfacción de publicar su entonces última novela,
Cocuyo (Andanzas 125), que fue acogida con los máximos elogios por
parte de la crítica. La publicación de Pájaros de la playa se convierte
ahora, con ocasión de la muerte de Severo
Sarduy en junio de 1993, en todo un homenaje que tanto Tusquets Editores como sus lectores habituales no podemos por menos
que rendirle.