A fines del XIX, Estados Unidos enfrentó una grave crisis. Fue un periodo de escasez que, sumado a la Gran Depresión de los años 30, dejó a miles de personas en la indigencia. Para intentar sobrevivir, muchos comenzaron a viajar por el país en busca de oportunidades. Así nacieron los hobos: trabajadores itinerantes que recorrían el territorio colándose en vagones de trenes de carga, siempre esquivando a la autoridad y apoyándose mutuamente. Para ello crearon el Código Hobo, un lenguaje secreto de símbolos que dibujaban en postes o vallas y que alertaban sobre peligros, señalaban lugares seguros y también indicaban donde les ofrecían comida o trabajo.
La labor del verdadero poeta es avisarnos de lo que se esconde bajo la sintaxis. Código Hobo transita la belleza de la metapoesía, juego lúcido con el lenguaje que pasa desapercibido. El mantra hipnótico del verso recorre las estaciones y los paisajes de nuestra vida, que abrigan una clave para interpretarlos. Al final Luis Colder, sin darnos cuenta, nos muestra el argumento de nuestra propia errancia.