Nuestras escuelas se hallan abrumadas por un cúmulo de asignaturas, cada una de las cuales con su propia proliferación de materiales y teorías. Nuestros maestros piensan que todo eso hace su tarea cada vez más pesada, pues tienen que tratar con los alumnos de manera individual y no ya en su conjunto. Para no desembocar en la pura dispersión en necesario encontrar algún signo de unidad, algún principio de simplificación. Este libro expone la convicción de que el imprescindible factor estabilizador y centralizador se halla en la adopción de la actitud mental y del hábito de pensamiento que denominamos científicos. Podría pensarse que en la enseñanza dirigida a niños y adolescentes esta actitud mental está fuera de lugar. Pero este libro también representa la convicción de que eso no es cierto, de que la actitud innata y pura del niño caracterizada por una vivísima curiosidad, una fértil imaginación y un sincero amor a la investigación experimental se aproxima mucho, muchísimo a la actitud del espíritu científico. Estas páginas tienen como principal objetivo captar ese parentesco, e invitan a considerar seriamente que su reconocimiento en el campo de la práctica educativa contribuiría a una inmensa satisfacción por parte de los maestros y a una enorme reducción del gasto social.
Profesor de Filosofía en la Universidad de Chicago entre 1894 y 1905, y en la de Columbia entre 1905 y 1929, John Dewey (1859-1952) evolucionó desde el pragmatismo hacia una actitud filosófica de tipo empírico naturalista a la que llamó «instrumentalismo». Dedicado a la ética y la teoría de la educación, pensaba que los sistemas de valores que permiten formular un código moral adecuado deben basarse en la experiencia que da al hombre su relación con el mundo. Entre sus libros destacan Democracia y educación (1914), Human Nature and Conduct (1922), The Quest for Certainty (1929) o La reconstrucción de la filosofía (1920 y 1949).