Como una aparición fulgurante, los cuentos de un desconocido, Andrés Carranque de Ríos brillaron con luz propia en el panorama de la literatura de protesta de la preguerra española. Aparecidos entre los años 1923 y 1924, supusieron el inicio de una brillante carrera que duró poco. Escasos en número, los cuentos, para Carranque, además de la facilidad de su publicación, le aportaban la posibilidad de presentar, en aisladas pinceladas el conjunto de su pensamiento, por eso en sus novelas están sus cuentos, como en los cuentos están los capítulos de sus novelas. Cuentos casi con moraleja. La vulgaridad de una existencia, el hastío de un día de trabajo, la pequeñísima felicidad de pobres gentes que, como en las novelas de Dostoievsky, forman el fondo de todas estas narraciones. A estos mínimos argumentos, Carranque los rodea de un costumbrismo contemporáneo que tiene su origen en la realidad vivida, en sus recuerdos de cárcel, de trabajo, de desilusiones. Párrafos de amargura, pero abiertos a una tímida esperanza. Don Pío Baroja, que lo conoció y escribió un prólogo para su primera novela Uno, debió asombrarse a
Andrés Carranque de Ríos (Madrid, 1902) cultivó oficios muy variados -vendedor ambulante, marino, actor, mánager de boxeo, periodista o modelo de estudiantes de bellas artes-, además del de escritor. En 1921 lo encarcelaron por distribuir octavillas anarquistas. Al año siguiente se marchó a París, donde luego trabaría amistad con los surrealistas franceses, en especial René Crevel. En 1923 publicó su poemario Nómada y se dedicó a leer versos en los casinos de España. Después de participar en películas como Al Hollywood madrileño o Zalacaín el aventurero, conoció a Baroja e hizo trabajos de doblaje. Publicó su primera novela, Uno, en 1934, seguida de La vida difícil (1935). En 1936, tras publicar Cinematógrafo, falleció en Madrid.