En "El Silencio y sus Bordes David Oubiña" analiza un conjunto de narraciones literarias y cinematográficas que le permiten pensar el concepto de lo extremo en tanto movimiento, desplazamiento o aproximación a lo externo, lo extranjero y lo extraño. Se trata de textos y filmes que comparten un irrefrenable magnetismo por el límite, que fueron recibidos como atípicos, anómalos, exasperados o provocativos, realizados en Argentina hacia fines de la década de 1960 y principios de la de 1970. La elección de dicho momento no es casual; es cuando se produce, de manera exacerbada, esa ambición que atraviesa la modernidad: arrastrar el lenguaje al abismo y entonces hallar su punto ciego. Así, Beatriz Sarlo sostiene en su prólogo: "Partiendo de un concepto casi solitario (el extremo), Oubiña avanza sobre las obras para construir con ellas un discurso teórico que, tanto como las obras, se ubica en relación con las vanguardias del siglo XX". A través de distintos medios expresivos, bajo diferentes formas y produciendo efectos diversos sobre la poética de cada autor, ciertas obras de Edgardo Cozarinsky, Alberto Fischerman, Osvaldo Lamborghini y Juan José Saer comparten la tendencia hacia lo perturbador de los confines pero reaccionan de modo diferente ante su contacto. De este modo, en su luminoso e innovador ensayo, Oubiña afirma que su interés es "reflexionar sobre la obra no desde su realización, sino desde el punto en el que fue puesta en cuestión, desde el extremo en que se le hizo justicia y fue ajusticiada. Desde el punto en que se ha ido demasiado lejos".