La obra de Guillén es inseparable de su vida. La grieta invisible que separa, frecuentemente, al artista de aquélla es una consecuencia teórica de lo puro, entendido en la dirección más vacía que preconiza EL ARTE POR EL ARTE. Guillén que, no es un creador conceptual, tampoco escribe para los dioses inscribiéndose en la nómina de exquisitos anónimos. Entiende que el arte tiene personalidad por ser una criatura unitaria.Todo ello conduce al Final de vida y obra como una exigencia ontológica que Guillén ha ido aplicando a través del tiempo.La clave reside en la finitud humana y en la razón poética, porque sin lugares, sin horas, ¿qué es el hombre?. Este palpable más acá es lo que el poeta entiende y de lo que da fe. La muerte es el término justo de una Historia que, serenamente, cumple el orden natural. Cuando éste se altera -por patriotismo o pena de muerte- se comete asesinato. Entonces el argumento vital de Cántico y el ético de Final se identifican pidiendo la única garantía de continuidad ontológica:¡Ay, violencia! Paz, queramos paz.Obra y vida al fin consumadas dentro de un decurso temporal vastísimo: Aire nuestro.
Jorge Guillén nació en 1893 en Valladolid y creció en el seno de una familia liberal. Cursó el bachillerato en Suiza y la carrera de letras en las universidades de Madrid y Granada. Vivió entre 1917 y 1923 en París, donde conoció a Paul Valéry, quien influyó de manera decisiva en su poesía y en su concepción estética general. Lector en Oxford y catedrático en Murcia y Sevilla, la guerra civil le llevó a un prolongado exilio en Estados Unidos, donde impartió clases en el Wellesley College y en la Universidad de Harvard. Al regresar del exilio, y una vez terminada la dictadura, recibió el Premio Cervantes en 1976 y fue nombrado miembro de honor de la Real Academia Española en 1978. Falleció en Málaga en 1984. Tusquets Editores ha publicado su prosa completa, titulada Obra en prosa, y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Pedro Salinas, a quien le unió una profunda amistad.