A todos sus defensores surrealistas Raymond Roussel prefirió Julio Verne, la opereta, el vaudeville, los viajes interminables y, al final de su vida, el opio que él creía le devolvería al éxtasis de sus 20 años cuando estaba convencido de «alcanzar las cimas más altas de la gloria». Se suicidó a los 56 años, en 1933, en un hotelucho de Palermo, Sicilia.