1. **Niños que encuentran restos humanos inesperados en un jardín**
2. **Escenas bucólicas transformadas en situaciones perturbadoras**
3. **Mendigos como catalizadores de desgracia en barrios pudientes**
4. **Barcelona como escenario inquietante marcado por la culpa**
5. **Presencias fantasmales en balnearios en busca de sacrificios**
6. **Atracción fetichista por corazones enfermos**
7. **Homenajes a rockeros fallecidos de forma atroz**
8. **Filmaciones clandestinas de situaciones íntimas con consecuencias inesperadas**
9. **Exploración del siniestro en lo cotidiano con turbio erotismo**
10. **Abismos de la sexualidad y la obsesión en relatos de terror moderno**
Una niña desentierra en el jardín unos huesos que resultan no ser de un animal; la bucólica escena veraniega de unas chicas que se bañan en un paraje natural acaba convertida en un infierno de celos de inquietantes consecuencias; un mendigo despreciado siembra la desgracia en un barrio pudiente; Barcelona se transforma en un escenario perturbador, marcado por la culpa y del que es imposible escapar; una presencia fantasmal busca un sacrificio en un balneario; una chica siente una atracción fetichista por los corazones enfermos; un rockero fallecido de un modo atroz recibe un homenaje de sus fans que va más allá de lo imaginable; un chico que filma clandestinamente a parejas haciendo el amor y a mujeres con tacones altos caminando por las calles recibe una propuesta que le cambiará la vida...
En los doce soberbios cuentos que componen este volumen Mariana Enriquez despliega todo un repertorio de recursos del relato clásico de terror: apariciones espectrales, brujas, sesiones de espiritismo, grutas, visiones, muertos que vuelven a la vida... Pero, lejos de proponer una mera revisitación arqueológica del género, reelabora ese material con una voz propia y radicalmente moderna. Tirando del hilo de la mejor tradición, la lleva un paso más allá, con historias que indagan en lo siniestro que se agazapa en lo cotidiano, despliegan un turbio erotismo y crean imágenes poderosísimas que dejan una huella indeleble.
Quienes descubrieron a Mariana Enriquez con Las cosas que perdimos en el fuego tienen ahora en sus manos un libro anterior, en el que ya aparece perfectamente dibujado el universo de una escritora que conecta con maestros modernos de la literatura de terror como Shirley Jackson, Thomas Ligotti o su compatriota Cortázar. Enriquez se asoma a los abismos más recónditos del alma humana, a las soterradas corrientes de la sexualidad y la obsesión... Como ha dicho Leila Guerriero: «El terror, en los cuentos de Mariana Enriquez, se desliza como un jadeo de agua negra sobre baldosas al sol. Como algo imposible que, sin embargo, podría suceder.»
(Buenos Aires, 1973) es periodista, subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 y docente. Ha escrito novelas, relatos de viajes, perfiles y colecciones de cuentos: en Anagrama han aparecido dos de ellas, Los peligros de fumar en la camayLas cosas que perdimos en el fuego, publicada en veinte países: «Goza de un merecido reconocimiento. La escritura posee cualidades como la condensación y una sugerente frialdad. Una prosa con peso específico» (Carlos Pardo, El País); «Tanto horror, además de fascinar como está obligado a hacerlo toda propuesta sólida y atractiva que tenga cabida en el género, se acaba revelando hecho de densidad política y analítica» (Nadal Suau, El Mundo); «Una mirada singular e inquietante. Una voz literaria auténtica que galvaniza a los lectores. Literatura llamada a perdurar» (Sergi Bellver, La Vanguardia); «Se apoya con inteligencia en los maestros para crear un mundo narrativo muy propio» (Edmundo Paz Soldán); «Excepcional» (Marta Sanz).
Su obra ha recibido un aplauso unánime: «Toma un rasgo que reconocemos en Cortázar y lo exacerba: lo podrido y maléfico de la vida cotidiana, la rajadura por la que se filtra un fondo de irracionalidad donde chapotean cuerpos entregados a sus excreciones y palpitaciones» (Beatriz Sarlo); «Un prodigioso cruce entre la reescritura de ciertas tradiciones y esa lucidez atroz que llamamos mirada propia. Compartirla con los lectores es motivo de fiesta» (Andrés Neuman); «Tan auténtica y perspicaz que consigue evocar una realidad más vívida que la que nos rodea... Una escritora de primera clase» (Daniel Gumbiner, McSweeney?s).