San Francisco. Año 1991. En el viejo Haight-Ashbury hace tiempo que se han apagado los rescoldos de la contracultura, pero algo parece moverse en el subsuelo de una urbe propensa a los terremotos. Nuevas bandas y nuevos locales dan forma a una escena que fusiona los sonidos que llegan del Reino Unido, como el shoegaze y el britpop, con la vieja tradición psicodélica de la Costa Oeste. Entre la nueva generación de excluidos que quiere conquistar la ciudad, hay un joven que sueña con emular a los viejos beatniks de la bahía. Joel Gion apenas sabe tocar, pero terminará siendo el panderetista de The Brian Jonestown Massacre, la banda con la que Anton Newcombe aspira a derrotar a las discográficas mientras termina con la revolución que los sesenta dejaron a medias. Durante una década en «la vida», Joel fue el percusionista de uno de los grupos de rock más originales de los noventa, una especie de milicia underground que basculaba entre la genialidad y el autosabotaje. Pero también vendió speed a los hermanos Gallagher, tocó con Harry Dean Stanton y se escapó por los pelos de una redada policial. Sus memorias