Año 743 d. C.
El reino visigodo de Toledo no es más que polvo pegado a los ijares de los caballos musulmanes. Árabes, beduinos y bereberes tratan de apoderarse de las piezas más jugosas del cadáver, mientras los valíes omeyas enviados desde Damasco son nombrados y depuestos entre intrigas y fugaces alianzas. La Iglesia asiste a las luchas entre musulmanes con la vista puesta en el añorado pasado y cegada por el sol islámico que alumbra el futuro.
Una carta y un libro llegan a al-Ándalus de la mano de un nuevo gobernador Omeya. El Apocalypsis es recibido por los cristianos como una promesa de salvación, y decenas de eclesiásticos, así como sus servidores, parten hacia las tierras del norte en busca del mar de cristal junto a cuyas olas se consumará el Juicio Final. Han oído que allí residen los últimos godos que resisten al gobierno musulmán, y saben que tras las montañas, lejos de las ciudades y calzadas que jalonan la vieja Hispania, nadie podrá alcanzarlos.
Junto al mar, el recuerdo de Pelayo y sus victorias pervive únicamente en la memoria de su hija Ermesinda. Alfonso, su esposo, parece más preocupado por pasar el tiempo en las montañas, en lugar de preocuparse por la grey cristiana que se esconde entre los valles de los Montes Vindios. Ermesinda sabe que el Juicio Final se encuentra próximo, y es necesario construir un reino que los proteja a todos. Solo así, unidos gallegos, asturianos, godos y cántabros, lograrán que la tormenta islámica pase de largo.
Mundus novus narra los desvelos y esperanzas de quienes habitaron Hispania durante el violento tránsito que la llevó a ser al-Ándalus.
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