Estamos ante un teatro escrito en la década de los cuarenta del pasado siglo, muy superior al escrito en España en esos años, salvo muy escasas excepciones. Un teatro del que, sin saberlo, tomaron el relevo jóvenes como Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre, que, por supuesto, no lo habrían leído. Pasado el tiempo, queda la literatura. Aquí está, para que se considere su calidad, su interés, su hondura y, tal vez, su posible vida sobre los escenarios.
La literatura, esa «historia de los que no salen en los libros de Historia», es a menudo el modo más hondo de mostrar lo que somos, lo que es nuestro mundo. Y los personajes de Max Aub no pueden ser más humanos, buenos, malos, estúpidos, inteligentes, generosos, miserables
personas. Siquiera, por fragmentos, en las escuelas, esta obra debería sonar en los oídos de nuestros jóvenes.
Max Aub (París, 1903-México D.F., 1972) llegó a España con once años, exiliado de la Primera Guerra Mundial. De ideales progresistas y republicanos, al final de la guerra civil tuvo que exiliarse en París. Tras un periplo de tres años por campos de concentración en Francia y el norte de África, llegó a México en 1942, donde vivió hasta su muerte. Sólo volvió a España unos meses en 1969 y en 1972. Cultivó todos los géneros: narrativa, teatro, poesía, ensayo, crítica, teoría literaria, diarios? De su obra destacan las novelas de El laberinto mágico, el diario La gallina ciega, la tragedia San Juan o los microrrelatos Crímenes ejemplares, entre otros.