En este breve y contundente texto publicado en 1956 en la Rowohlts Deutsche Enzyclopädie, el destacado filólogo alemán Walter F. Otto, autor de Los dioses de Grecia (1929), hace un rescate de la religión griega, vista no como consecuencia de una «ilusión primitiva» o de la irracionalidad del hombre, no como resultado del terror o la fascinación ante el mysterium del mundo, mucho menos como producto del «inconsciente colectivo», sino más bien como auténtica revelación de lo Divino. Para los antiguos griegos el mundo sólo puede entenderse como teofanía, es decir, como una manifestación constante y absoluta de los dioses en todos los aspectos de la vida: en ello radica el espíritu de la religión griega. Los poemas de Homero una de las principales fuentes de Otto son el mejor ejemplo de que detrás de todo acto, de todo fenómeno y, en suma, de toda forma hay siempre un dios, una potencia que hace que todo sea como es. Los dioses griegos no son, pues, personificaciones de los fenómenos de la naturaleza, ni de un ideal de perfección humana, sino que son «lo Divino con rostro humano». Lo Divino, entendido como principio generador del mundo, decide cobrar forma en los dioses y, a través de éstos, se revela en el mundo. El actuar de los dioses se narra, a su vez, en el mito, el cual cobra vida una y otra vez a través del rito. Y sólo gracias a la articulación de ambos, a la constante repetición ritual de los gestos míticos, pueden los hombres ascender hacia los dioses y hacer que éstos desciendan hacia ellos, como ocurría en el inigualable universo griego. «Los dioses muestran a quien les mire la cara la riqueza infinita del Ser», nos dice Otto. Y es que esta apertura del hombre hacia lo Divino su disposición a mirar el rostro de los dioses y escuchar su voz es lo que verdaderamente importa recuperar de la religión griega, en una modernidad que ha cerrado los ojos ante el mundo y que sólo se escucha a sí misma.
Walter F. Otto (Hechingen 1874-Tübingen 1958) comenzó estudiando teología evangélica, pero terminó dedicándose a la filología clásica. En Múnich entró en contacto con la etnología, antropología y ciencias de las religiones. Desde 1914 fue profesor de filología latina en Frankfurt, donde creó a su alrededor una «escuela de Frankfurt» a la que pertenecieron K. Kerényi, F. Altheim o C. Koch. En la década 1923-1933 aparece su obra teológica-religiosa fundamental.